En momentos en que Chile no tenía muchas posibilidades de hacer animación, Alejandro Rojas fue directamente donde debía estar: al lado del destacado artista Enrique “Puma” Bustamante. De alguna manera, esta relación entre ambos permitiría hacer resurgir las películas de animación en nuestro país.
Cuando finalizó sus estudios de Arte, en la Pontificia Universidad Católica, Alejandro Rojas tenía claro que quería ser animador. Eran tiempos donde las escuelas mantenían ramos especializados en la materia, pero no había carreras que la impartieran.
Su vocación por las artes y el dibujo surgió desde pequeño, cuando vivía en Mulchén, una pequeña localidad de la región del Bio Bio en Chile. En aquel tiempo, era seguidor de las producciones de The Walt Disney, las cuales proyectaba en una muralla para ir viendo frame to frame. También sentía una gran admiración por el trabajo del artista Miguel Ángel.
Ya en la universidad, realizó ayudantías e incluso fundó un ramo de dibujo en su escuela. Pese a todo, sentía la necesidad de seguir profundizando en sus estudios: “Me bajó una vocación tremenda por canalizar todo el conocimiento. Entonces, fui a buscar productoras de películas en Chile, y no encontré. No sabía dónde buscar”, recuerda el artista.
Llegó al mundo de la publicidad, y con perseverancia siguió intentando averiguar algún referente en la animación a quien pudiese acercarse para continuar aprendiendo. Ahí obtuvo un nombre: Enrique “Puma” Bustamante.
El mentor
“La situación era media complicada. Él tenía una productora en Chile que hacía publicidad, pero en ese momento estaba casi quebrado”, rememora Alejandro sobre la situación del estudio Grafilms, dedicado a la realización de publicidad y series animadas, compuesto por el “Puma” y Álvaro Arce.
En ese entonces, Enrique Bustamante era de los pocos que realizaba animación en el país y era reconocido por ser el creador de “El Angelito” de Canal 13, el mítico dibujo animado que daba la bienvenida por las mañanas y despedía a los niños de Chile por las noches.
Rojas estuvo en las últimas semanas de esta histórica productora: “Él justo estaba haciendo el último episodio de la serie de ‘Condorito’”, comenta el artista sobre su primer trabajo con el “Puma”, y agrega: “había que entregar el último episodio. Me dijo que lo ayudara; recortamos papeles, ciclos de caminata que él hacía y yo tenía que ir pegoteando, y me decía ‘pisa este pie con este otro, entonces móntalo’, y el mono pasaba caminando y cruzaba cuadros”.
Esa fue una semana en que Rojas trabajó duro, sumergido en las labores con su mentor. Un intenso período en el que al fin sentía que estaba haciendo animación. Sin embargo, al lunes siguiente, no había mucho qué hacer: “Enrique no tenía trabajo porque ese fue el final del proyecto. Estaba la crisis económica del ’82 y me dijo que no tenía trabajo para darme. Yo le respondí que no se preocupara, que iba a venir igual”. Fue todos los días de la semana durante un año, mientras hacía esfuerzos por generar un proyecto nuevo, pero nada funcionaba.
Cuando la crisis ya fue convirtiéndose en un amargo pasado, la pequeña empresa de “el Puma” comenzó a atraer clientes para publicidad. “Tenía un gran talento para dibujar caricaturas y animarlas. Algunas cosas trataba de racionalizarlas para enseñarlas, pero le costaba”, recuerda.
Según lo describe su propio pupilo, el emblemático animador era esforzado y cariñoso, pero con una gran dosis de obsesión: llegaba todas las mañanas muy temprano, regresando a su casa a la una de la mañana.
“Experimentábamos. A veces yo estaba agotadísimo, pero seguíamos”. Eran los tiempos en que se debía imprimir celuloide cuadro a cuadro para generar movimiento; usar neón para que no reventara el color, y los efectos especiales se trabajaban artesanalmente. “Aprendí lo esencial de lo que era un dibujo animado: los ciclos, la lógica del negativo impreso y no impreso, o cuando ibas al laboratorio a esperar el resultado y aparecía algo que tú creías, pero no siempre era así. Entonces era una cosa de mucha intuición y que Enrique manejaba muy bien”, agrega.
El tiempo pasaba y Alejandro Rojas deseaba hacer una película animada. Sin embargo, este sentimiento no parecía replicarse en “El Puma”, amante del dibujo y con cada vez más trabajo en su oficina. “Le tuve que decir que me iba, porque quería hacer largometrajes. Él me dio sus buenos deseos, y ahí fundé Cineanimadores”, comenta el animador sobre la decisión que lo llevó a crear su propia productora en 1989.
Cineanimadores y la primera película animada
Uno de los principales obstáculos que enfrentó Alejandro Rojas fue la inexistencia de ejemplos anteriores o de referencias que pudieran servirle de guía. El largometraje más próximo databa de 1942, año en que se lanzó “15 Mil Dibujos”, la primera cinta animada chilena.
Tampoco existían animadores en Chile, por lo que junto a sus socios, Enrique Vial y Ricardo Larraín, se propusieron formarlos. Así, entre los periodos 1990 a 1998 pasaron cerca de 200 aprendices.
Si bien ya habían hablado con Themos Lobos para llevar su historieta “Mampato” al cine, el proyecto tuvo que esperar diez años, ya que no tenían ni el conocimiento técnico, ni el financiamiento necesario para realizarlo. Esto los llevó a efectuar trabajos para Estados Unidos y Europa: “Conseguimos series de esos países, para trabajar con ellos desde Chile, y ahí nos metimos al método norteamericano que impera en el mundo entero. Está tan bien diseñado el proceso que tú puedes mandar a hacer partes de la producción a distintos lugares del mundo”, cuenta Rojas sobre los primeros animadores chilenos que se formaron con mentalidad industrial.
Esta experiencia sirvió para poder comenzar a formar la película. Sin embargo, toda la preproducción, tales como guion y storyboard, se realizó por intuición. “Desactivé el miedo y comencé a tomar decisiones. Cada cosa significa recursos, y nos pasaron miles de cosas, hasta las Torres Gemelas”, recuerda este animador, lo cual significó que los bancos dejaran de entregar créditos en esa época.
Según explica Rojas, Themos Lobos fue abierto con el equipo, dejándoles cierta libertad. Por otro lado, les entregó algunos consejos para desarrollar el largometraje de “Ogú y Mampato”, como por ejemplo, que los animales no hablaran con los seres humanos, y que Marama debía tener cinco años: “Yo quería generar algo con Mampato, un romance, ¡algo! Que ella tuviera diez años. Pero Themos fue tajante en decirme que eso ‘por ningún motivo’”.
Respecto a las dificultades que se presentaron, el equipo de la película vivió varias: “Dimensionar los 80 minutos fue lo que más me frustró. Son 80 minutos de una historia, y como eso no se había hecho antes, para mí fue todo un reto, fue toda una intuición. Y más encima no podías equivocarte en una secuencia, no había margen de error”, recuerda Rojas.
Otro de los problemas tuvo que ver con la conformación del grupo de fondistas, puesto que no había suficientes para marcar un estilo determinado. El animador comenta: “pasas de un plano a otro y hay un estilo distinto de fondo”.
Con muchos problemas para llegar a la fecha de lanzamiento, Rojas y su equipo lograron alcanzar la meta: la película se exhibió en Isla de Pascua como estreno. “Estaba demasiado nervioso, yo miraba a la gente, que parecía que le gustaba, aunque a ratos no veía nada”, señala.
El largometraje animado fue un éxito en el lugar y llegó la prensa nacional a reportear el hecho. En ese entonces, en 2002, logró llevar a las salas de cine a cerca de 50 mil personas y ganó el Premio a las Artes Nacionales, Altazor 2003.
Segunda película: Papelucho
Desde 1988 Alejandro Rojas había plasmado en un storyboard la película del mítico personaje de Marcela Paz, “Papelucho”. Sin embargo, se pondría en desarrollo sólo en cuanto Canal 13 quiso invertir en un proyecto de largometraje, y realizó este encargo al animador y a Juan Diego Garretón: “Fue distinta la dirección, la capacidad de poder coordinar todas las opiniones, de los hijos de la escritora, hasta del canal; querían todos algo distinto, se imaginaban cosas diferentes”, recuerda.
Para “Papelucho y el Marciano” (2007), Cineanimadores debía contar con el visto bueno del canal auspiciador, junto con el de la familia de Marcela Paz. La producción consistió en más de 150 personas, entre los cuales había dibujantes, coloristas y animadores, quienes realizaron más de 100 mil dibujos.
En este proyecto, Rojas logró experimentar en el formato 3D, con el cual se hicieron todos los fondos, superando los momentos complicados de su antigua producción. Los personajes fueron dibujados en 2D, y la combinación de ambas técnicas permitió generar algo novedoso en Chile, nunca antes visto.
Experimentando con formatos: stop-motion y Selkirk
En esta etapa de la carrera de Alejandro Rojas, vino otro descubrimiento: la coproducción. Así nació la posibilidad de participar en la película “Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe” (2012), junto con Uruguay y Argentina. “Cada país se consiguió un tercio del financiamiento. Nosotros, lo que teníamos que hacer, era la composición digital, los fondos digitales, y toda la integración de la postproducción de la película”, cuenta.
El desafío nuevamente fueron los fondos, puesto que debían realizar muchos más que en su anterior producción, debiendo ser más reales y, además, compatibles con los personajes hechos en plasticina por la productora La Suma, en Uruguay. En tanto, a cargo de Maiz Producciones (Argentina), se realizó el storyboard, las voces, y la composición de sonido.
“Aprendí que los argentinos, uruguayos y chilenos somos súper distintos para tomar decisiones. Todas las decisiones eran producto de culturas distintas. Venía de la escuela de ‘Papelucho’ y aquí también tuve que aprender harto, a tranzar, entender la mirada del otro, qué quiso decir con esta escena”, confiesa Rojas.
El director Fue Walter Tournier, reconocido artista que ha trabajado con Tim Burton para largometrajes como “El extraño mundo de Jack”, “El cadáver de la novia” y “Vincent”. “Fue muy interesante, él es un gran tipo. Yo me entendía súper bien con él, tenía mucho talento, mucho conocimiento y me sorprende hasta hoy la calidad del resultado con el poco recurso que tiene”, comenta Rojas, agregando que los muñecos de la película se iban deteriorando con el uso, por lo que tuvieron que aplicar parches, en vista de que no había más presupuesto, “entonces pienso que la animación quedó maravillosa, y la manera de resolver problemas fue un gran aprendizaje”. SM